Pintores de LA BOCA

ALFREDO LAZZARI
Nace en la provincia de Lucca, Italia en 1871. Entre sus discípulos se cuentan Quinquela Martín y Fortunato de Lacámera, quienes en 1935 lo instan a que realice su primera muestra individual, que se lleva a cabo en Galería Witcomb (Buenos Aires).

Más tarde realiza exposiciones en el Honorable Consejo Deliberante de Buenos Aires, en el Salón Nacional y en Agrupación Impulso. Sus pinturas están siempre bañadas de lo vital, que encuentra en los ambientes suburbanos y boquenses que pinta.


FORTUNATO LACAMERA
Nace en 1887 y muere en 1951 en la Boca, barrio que convierte en tema preferido de sus pinturas. Recibe influencia de su maestro Alfredo Lázzari y forma parte del grupo de pintores de la Boca.

En sus obras utiliza colores apagados y poco vivaces, que transmiten una sensación de reposo contenido. Otra característica es la media luz, con predominio de colores tierra, grises, verdes y rojos graves.

Se destaca en el estilo naturalista.


BENITO QUINQUELA MARTIN
Nació el 1 de marzo de 1890 en Buenos Aires, Argentina. Sus pinturas de escenas portuarias reflejan una fuerte expresión de actividad, de vigor y de aspereza como muestra de la vida en la zona de la Boca.


T
ambién pintó numerosos murales y cerámicas de grandes dimensiones en edificios públicos, oficiales y en instituciones privadas. En 1938 inauguró el Museo de Bellas Artes de la Boca en el mismo edificio donde tenía su taller y su vivienda.

Benito Quinquela Martín, fue el pintor del Riachuelo por excelencia, y el más popular de los pintores argentinos.


Su obra figura en los mejores museos de arte de Europa y América y ha sido uno de los fundadores de la pintura con motivos de nuestra ciudad. Falleció en Buenos Aires el 28 de Enero de 1977.


DOÑA FLOR Y SUS DOS MARIDOS, por JORGE AMADO


(FRAGMENTO)

En aquel momento, doña Flor, un tanto excitada por la novedad, entre curiosa y azorada, lo que menos parecía era pan viejo, pan de la víspera con gusto ácido, y menos aún carne con aspecto de podrida; muy por el contrario: una tez suave de cabo verde, de un cobre antiguo y perfecto, sobre una faz lozana y fresca; carne perfumada y joven, con aroma de pitanga, un espléndido pedazo de mujer. Usada, sin duda; tuvo marido, se acostó y yogó con él en la cama de hierro; sin embargo, era más apetecible que muchas doncellas de alfeñique, pues el virgo no lo es todo, ni mucho menos, aunque goce de tanta estimación y tanta fama. En el fondo no es casi nada, una frágil película, una gota de sangre, un ¡ay!, y sobre todo un viejo prejuicio; si alcanza un valor tan alto es porque se beneficia con una publicidad milenaria y cuenta con el ejército y el clero, la policía y la prostitución, todos dedicados a convertir el tapón de la mujer en el rey del mundo. Pero ¿qué es una doncella, con su deseo bobo, ignorante, comparada con una viuda, cuya ansiedad está formada por el conocimiento y la ausencia, la contención y la penuria, el hambre y el ayuno, lúcida y atrevida en su deseo?

RIQUEZA, de GABRIELA MISTRAL


Tengo la dicha fiely la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída;
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida.


Gabriela Mistral: Poetisa chilena nacida en Vicuña (pequeña localidad del centro norte de Chile) en 1889. Su labor literaria comenzó a reconocerse en 1914 al resultar ganadora de unos Juegos Florales. En 1922 fue publicada su primera obra y desde entonces viajó por numerosos países de América y Europa.
Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945 como un justo reconocimiento no sólo de su producción poética, sino de la labor literaria y social de una mujer que había dedicado su vida a la difusión de la cultura y a la lucha por la justicia social y los derechos humanos.
Falleció en Nueva York en el año de 1957.

BERENICE, por EDGAR ALLAN POE

[Cuento. FRAGMENTO. Solicitar cuento completo a encuentroscausasui@gmail.com]

La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.

(...)

Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad -una enfermedad fatal- cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice.

(...)

EL MUNDO PERFECTO por KHALIL GIBRAN

(Fragmento. Solicitar texto completo a encuentroscausasui@gmail.com)

Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame:
Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres.
Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente
acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los
innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están
registrados y catalogados.
En este mundo, las noches y los días están convenientemente divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el
horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera
prefabricada, rendir culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada una tiene su marca y su número.
Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses...

Khalil Gibran fue poeta, pintor, novelista y ensayista. Su obra es para muchos una expresión de los impulsos más profundos del corazón y de la mente humana. Nace: 6 de enero de 1883. Becharré, República del Libano. Muere: 10 de abril de 1931. Nueva York, EEUU

HUNDERTWASSER, el poder del arte

Hundertwasser dice en su manifiesto “La Santa Mierda” de 1979:
"La mierda se convierte en tierra que se posa sobre el tejado; se convierte en hierba, bosque y jardín, la mierda se convierte en oro. El círculo se cierra y deja de haber desechos”.
De esta misma manera el entorno mundial tiende también a ser la espiral: “El arte es el punto de partida y la meta a conseguir.
El año 2000 Hundertwasser fue enterrado, siguiendo su voluntad, sin un féretro que lo separare de lo tierra. Sobre el suelo de su sepultura, se plantó un árbol, según su creencia, ahora vive en el árbol que crece sobre el lugar de su regreso a la Gran Madre. Como toda su obra, él también corre en espirales, su obra comienza en el arte y en la tierra, y finalmente vuelve a ambos.

HUNDERTWASSER, el poder del arte. El pintor-rey con sus cinco pieles.
Pierre Restany - Taschen- 1997

A qué nos referimos cuando hablamos de Arte?

El arte y el hombre son indisociables.
No hay arte sin hombre, pero quizá tampoco hombre, sin arte.
Por el arte el mundo se hace más inteligible y accesible, más familiar.
Es el medio de un perpetuo intercambio con lo que nos rodea, una especie de respiración delalma, bastante parecida a la física, sin la que no puede pasar nuestro cuerpo.
El ser aislado o la civilización que no llegan al arte están amenazados por una secreta asfixia espiritual, por una turbación moral...

René Huyghe

ALFONSINA STORNI


Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario, que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé un cuarto de ala;
no me pidas más.

ARREPENTIMIENTO, por GUY DE MAUPASSANT

[Cuento. Texto completo]
1
El señor Saval acaba de levantarse. Llueve. Es un triste día de otoño; las hojas caen. Caen lentamente con la lluvia, formando también una lluvia más apretada y más lenta. El señor Saval no está satisfecho. Va de la chimenea a la ventana y de la ventana a la chimenea. La vida tiene días tristes, y para el señor Saval en adelante sólo tendrá días tristes, porque ha cumplido sesenta y dos años. Está solo, soltero, sin familia, sin nadie que se interese por él. ¡Es muy triste morir aislado sin dejar un afecto profundo!

Piensa en su vida sin encantos y sin atractivos. Y recuerda en el pasado, en su niñez lejana, la casa paterna, el colegio, las vacaciones, la Universidad. Luego, la muerte de su padre.
Vive con su madre; viven los dos, el joven y la vieja, tranquilamente, sin desear nada. Pero la madre muere también. ¡Qué triste vida! Y el hijo queda solo. Envejece y morirá cualquier día. Desapareciendo él, todo habrá terminado; todo, ni rastro de Pablo Saval sobre la tierra. ¡Qué terrible cosa! Y otros vivirán, amarán, reirán. Sí, habrá siempre quien se divierta, y él no se divierte nunca. Es raro que se pueda reír y estar alegre con la certeza de la muerte. Si la muerte fuera sólo probable, aún habría esperanza; pero no, es tan segura como la noche después del día.

¡Y aún si la vida tuviera encantos! Desde que nació no hizo nada. No tuvo aventuras, ni grandes goces, ni éxitos, ni satisfacciones de ninguna especie. Nada, no había hecho nada; su vida se redujo a levantarse, vestirse, comer y acostarse; todo a horas fijas. Y así pasó en este mundo sesenta y dos años. Ni siquiera se había casado, como la mayor parte de los hombres. ¿Por qué? ¿por qué no se había casado? Pudo hacerlo, pues tenía bastante renta para mantener una familia. ¿Tal vez no se le había presentado la ocasión?... Acaso. Pero se buscan las ocasiones. Era un poco negligente, abandonado…Eso fué la causa de todo: su daño, su defecto, su vicio. ¡Cuántas gentes malogran su vida por abandono! ¡Es tan difícil para ciertas naturalezas moverse, agitarse, hablar, insistir!

2
Nadie le había querido. Ninguna mujer durmió sobre su pecho en completo abandono de amor. Desconocía las deliciosas angustias del que aguarda, el divino estremecimiento de una mano sintiendo la opresión de otra, el éxtasis de la pasión triunfante. ¡Que dicha sobrehumana debe de inundar el corazón cuando los labios de dos bocas se acarician por primera vez, cuando cuatro brazos, oprimiéndose, forman de dos seres uno solo, un ser inmensamente feliz, un alma de dos almas, ansiosas la una de la otra!
El señor Saval se había sentado junto a la chimenea, envuelto en su bata.
Ciertamente su vida estaba frustrada, en absoluto frustrada. Sin embargo, una vez tuvo un amor; había querido a una mujer secretamente, dolorosamente y descuidadamente, como lo hacía todo. Sí, había querido a su amiga la señora de Sandres, mujer de un antiguo camarada. ¡Oh, si la hubiese conocido soltera! Pero la conoció tarde, cuando ya estaba casada. El también se hubiera casado con aquella mujer que le inspiró amor desde el primer instante, y a la cual siempre quiso.
Recordaba sus emociones de cada vez que la veía, sus tristezas de cuando se apartaba, las veces que no pudo en toda la noche descansar pensando en ella.
Por la mañana se sentía menos apasionado que por la noche. ¿Qué motivo habría?
¡Qué bonita, qué rubia, qué rizada era en sus años floridos! Sandres no era el hombre que aquella mujer necesitaba. Sin embargo, a los cincuenta y ocho años ella parecía dichosa.
¡Oh, si le hubiera querido en otro tiempo! ... ¡Si le hubiera querido! Y ¿quién sabe si le había querido?
Si hubiese adivinado aquel amor profundo... Y ¿quién sabe si lo adivinó alguna vez? Y si lo adivinó, ¿qué pensaría entonces? Y si él hablara, ¿qué hubiese contestado ella?
Y Saval se hacía mil preguntas más, reviviendo su pasado, interesándose por buscar y recoger una porción de sucesos insignificantes.
Recordaba las horas que pasaron en casa de Sandres, jugando a las cartas, cuando la mujer era bonita y joven.
Y recordaba cuantas palabras le había dicho ella y las entonaciones que usó para decírselas; recordaba las mudas sonrisas que significaron tantas cosas.
Recordaba los paseos de los tres a la orilla del Sena, los almuerzos campestres en domingo siempre, porque Sandres estaba empleado en la Subprefectura. Y de pronto le sorprendió la imagen clara de una hora pasada con ella en un bosque, junto al río.

3
Habían salido por la mañana, llevando sus provisiones en paquetes. Era un día de primavera, uno de esos días en que hasta el aire embriaga. Todo estaba perfumado y brindando goces. Los pájaros cantaban mejor y volaban con más ligereza.
Hablan comido sobre la hierba y a la sombra de un sauce, cerca del agua adormecida por el sol. El aire tibio, impregnado en perfumes de savia, se respiraba co delicia. ¡Qué dulzuras las de aquel día.
Después de almorzar, Sandres se había dormido al pie de un árbol.
—El mejor sueño de su vida—según dijo cuando despertó.
La señora de Sandres, del brazo de Saval, paseaba por la orilla del río.
Apoyándose mucho en él, reía diciendo:
—Estoy un poco borracha, bastante borracha.
Saval, mirándola fijamente, sentía estremecimientos y palpitaciones; palidecía, temiendo que sus ojos no se mostraran con exceso atrevidos, que un temblor de su mano revelara su secreto.
Ella se había hecho una corona con flexibles tallos y con lirios de agua, y le preguntó:
—¿Le gusto a usted así?
Como él no contestó nada—no se le ocurría nada que contestar, y más fácil hubiérale sido caer a sus píes de rodillas—, ella soltó la risa, una risa casi burlona y despechada, gritándole:
—¡Tonto, más que tonto! Hable usted al menos.
El estuvo a punto de llorar, sin que acudiese ni una sola palabra en su ayuda.
Y todo esto lo recordaba como el primer día.
¿Por qué le había dicho ella: «Tonto, más que tonto! Hable usted al menos?»
Recordaba de qué modo, con cuanta dulzura le oprimía, apoyándose en él. Y al inclinarse para pasar por debajo de un árbol de ramas caídas, la oreja de la señora Sandres había rozado la mejilla del señor Saval, ¡su mejilla!, y él había retirado la cabeza con un movimiento brusco para que no creyera ella voluntario aquel contacto.
Cuando él dijo: «¿Le parece si es hora de que volvamos?», ella le arrojó una mirada singular. Cierto; le miró entonces de un modo extraño. De pronto no lo tomó en cuenta y al cabo de los años lo recordaba minuciosamente.
Ella le había dicho:
—Como usted quiera; sí está usted cansado ya, Volveremos.
Y él había contestado:
—Yo no me fatigo, señora; pero es posible que Sandres haya despertado.
Y ella replicó, encogiéndose de hombros:
—Si teme usted que haya despertado mi marido, es otra cosa; volvamos.
Al volver ella silenciosa, ya no se apoyaba en el brazo de su amigo. ¿Por qué?
Este «porqué» no había encontrado respuesta y era una preocupación constante. Al cabo de los años, el señor Saval creyó entrever algo que no había entendido nunca.
Acaso ella...

4
Ruborizándose, se levantó conmovido, emocionado, como si treinta años antes hubiera oído en labios de la señora Sandres un «¡te quiero!»
¿Seria posible acaso? Esta sospecha que despertaba en su espíritu le torturó. ¿Era posible que a su tiempo no viese, no adivinase nada?
¡Oh, si eso fuera cierto, si hallándose tan cerca de la dicha no hubiera sabido aprovecharla!
Se resolvió. Le ahogaban las dudas. Quería saber la verdad. ¡La verdad!
Se vistió de prisa, de cualquier modo, pensando:
«He cumplido sesenta y dos años; ella tiene cincuenta y ocho. Bien puedo permitirme la pregunta.»
Y salió.
La casa de Sandres estaba en la otra acera de la misma calle, casi frente a la casa de Saval.
La criada se extrañó de verle tan temprano.
—¡Usted por aquí a estas horas, señor Saval! ¿Ha ocurrido algo?
Saval contestó:
—Nada, hija mía. Pero di a la señora que necesito hablar con ella lo antes posible.
—La señora está en la cocina preparando confituras para el invierno y no está presentable para visitas, como usted puede suponer.
—Bueno; dile que necesito hacerle una pregunta importante.
La muchacha se fue y Saval recorría el salón con pasos nerviosos. Se sentía desligado, resuelto en semejante ocasión. ¡Oh! Iba entonces a preguntarle aquello como le hubiera preguntado por una receta de cocina. ¡Tenía ya sesenta y dos años!
Se abrió la puerta y entró la señora. Era ya una matrona muy abultada, con las mejillas redondas y la risa fácil y sonora. Su gordura no le permitía fácilmente acercar los brazos al talle y elevaba los brazos desnudos y salpicados de almíbar. Al entrar pregunto con inquietud:
—¿Qué le ocurre a usted, amigo mio; está enfermo?
Y él respondió:
—No estoy enfermo, amiga y señora; pero me escarabajea una duda, para mí de mucha importancia, que me oprime el corazón, y vengo a que usted me la resuelva. ¿Promete contestarme con sinceridad?
Ella sonrió, diciendo:
—He sido siempre muy sincera. Pregunte.
—Pues ahí va. Yo he vivido enamorado, queriendo a usted siempre, desde que la vi por vez primera. ¿Usted lo sospechaba?
Ella contestó, riendo, con algo de la ternura que impregnó en otro tiempo sus palabras:
—¡Tonto, más que tonto! Lo conocí desde el primer día.
Saval, temblando, balbució:
—¿Usted lo conocía? Entonces...
Y se contuvo.
Ella preguntó:
—Entonces... ¿qué?
Saval, decidiéndose, continúo:
—Entonces, ¿qué pensaba usted? ¿Qué..., qué..., qué me hubiera contestado?
Ella, riendo mucho, mientras una gota de almíbar se deslizaba por sus dedos, le dijo:
—Como usted nada preguntó...¡No era cosa de que yo me declarase!
Avanzando hacia ella, Saval insistía:
—Dígame, dígame... ¿Recuerda usted una tarde, cuando Sandres se durmió sobre la hierba, después de almorzar, y nos fuimos juntos, del brazo, lejos?...
Se detuvo. La señora no dejaba de reír, mirándole fijamente a ojos.
—¡Vaya si me acuerdo!
Saval prosiguió, estremeciéndose:
—Pues, bueno; si aquel día yo hubiera sido..., yo hubiera sido... más osado..., ¿qué hubiera hecho usted?
Ella, sonriendo como una mujer dichosa, que no tiene de qué arrepentirse ni desea nada, respondió francamente, con voz clara y una punta de ironía:
—Hubiera cedido seguramente.
Y dejándole plantado volvió a cocina.

5
Saval salió a la calle aterrado como después de un desastre. Andaba como impulsado por un instinto en dirección al río, sin pensar a dónde iba, mojándose, porque llovía mucho. Su traje chorreaba; su sombrero, deformado. parecía un canal. Y andaba sin descanso hasta llegar al sitio donde almorzaron aquella mañana. El recuerdo lejano le torturaba el corazón.
Se sentó al pie de los árboles, desnudos ya de hojas, y lloró.

EL LIBRO DE LA SELVA, POR JOSEPH RUDYARD KIPLING

(Fragmento)

Armado con el cuchillo (con el cuchillo que usan los hombres), armado con el cuchillo de cazador, me agacharé para recoger mi botín.

Aguas del Waingunga, sed testigos de que Shere Khan me da su piel por el cariño que me tiene. ¡Tira hermano Gris! ¡Tira, Akela! ¡Bien pesada es la piel de Shere Khan!

Furiosa está la manada de los hombres. Apedréanme todos y hablan como chiquillos. Mi boca sangra. Huyamos.

A través de las tinieblas de la noche, de la cálida noche, corred conmigo velozmente, hermanos míos. Dejaremos atrás las luces de la aldea e iremos hacia el sitio desde donde alumbra la luna, que está baja.

Aguas del Waingunga, la manada de los hombres me ha arrojado de su seno. Ningún daño les hice; pero me tenían miedo. ¿Por qué?

Manada de los lobos, también tú me has arrojado de tu seno. La selva se ha cerrado para mí, y cerradas están también las puertas de la aldea. ¿Por qué?

Como Mang vuela entre las fieras y los pájaros, así vuelo yo entre la aldea y la selva. ¿Por qué?

Bailo sobre la piel de Shere Khan, pero mi corazón está triste. Herida, desgarrada tengo mi boca como las piedras que me arrojaron desde la aldea, pero estoy alegre por haber vuelto a la selva. ¿Por qué?

Luchan en mí ambos sentimientos como luchan dos serpientes en la primavera. Brota el llanto de mis ojos, y, sin embargo, río mientras él va corriendo. ¿Por qué?

Hay en mí dos Mowglis; pero la piel de Shere Khan está bajo mis pies. Toda la selva sabe que he dado muerte a Shere Khan. ¡Mirad! ¡Mirad bien, lobos! ¡Ahae! Siento el corazón oprimido por todas las cosas que no llego a entender.


Adaptaciones cinematográficas
del Libro de la Selva
- Jungle Book de 1942 dirigida por Zoltan Korda, producida por Alexander Korda con una duración de 108 minutos.
- El libro de la selva de 1967, película de dibujos animados, producida por Walt Disney y dirigida por Wolfgang Reitherman, con una duración de 78 minutos.
- Disney's Rudyard Kipling's The Jungle Book 1994, dirigida por Stephen Sommers y producida por Edward S. Feldman y Raju Patel. Distribuida por Walt Disney Pictures.


EL TALENTO, por ANTON CHEJOV

[Cuento. Texto completo]

El pintor Yegor Savich, que se hospeda en la casa de campo de la viuda de un oficial, está sentado en la cama, sumido en una dulce melancolía matutina.
Es ya otoño. Grandes nubes informes y espesas se deslizan por el firmamento; un viento, frío y recio, inclina los árboles y arranca de sus copas hojas amarillas. ¡Adiós, estío!
Hay en esta tristeza otoñal del paisaje una belleza singular, llena de poesía; pero Yegor Savich, aunque es pintor y debiera apreciarla, casi no para mientes en ella. Se aburre de un modo terrible y sólo lo consuela pensar que al día siguiente no estará ya en la quinta.
La cama, las mesas, las sillas, el suelo, todo está cubierto de cestas, de sábanas plegadas, de todo género de efectos domésticos. Se han quitado ya los visillos de las ventanas. Al día siguiente, ¡por fin!, los habitantes veraniegos de la quinta se trasladarán a la ciudad.

La viuda del oficial no está en casa. Ha salido en busca de carruajes para la mudanza.
Su hija Katia, de veinte años, aprovechando la ausencia materna, ha entrado en el cuarto del joven. Mañana se separan y tiene que decirle un sinfín de cosas. Habla por los codos; pero no encuentra palabras para expresar sus sentimientos, y mira con tristeza, al par que con admiración, la espesa cabellera de su interlocutor. Los apéndices capilares brotan en la persona de Yegor Savich con una extraordinaria prodigalidad; el pintor tiene pelos en el cuello, en las narices, en las orejas, y sus cejas son tan pobladas, que casi le tapan los ojos. Si una mosca osara internarse en la selva virgen capilar, de que intentamos dar idea, se perdería para siempre.

Yegar Savich escucha a Katia, bostezando. Su charla empieza a fatigarle. De pronto la muchacha se echa a llorar. Él la mira con ojos severos al través de sus espesas cejas, y le dice con su voz de bajo:
-No puedo casarme.
-¿Pero por qué? -suspira ella.
-Porque un pintor, un artista que vive de su arte, no debe casarse. Los artistas debemos ser libres.
-¿Y no lo sería usted conmigo?
-No me refiero precisamente a este caso... Hablo en general. Y digo tan sólo que los artistas y los escritores célebres no se casan.
-¡Sí, usted también será célebre, Yegor Savich! Pero yo... ¡Ah, mi situación es terrible!... Cuando mamá se entere de que usted no quiere casarse, me hará la vida imposible. Tiene un genio tan arrebatado... Hace tiempo que me aconseja que no crea en las promesas de usted. Luego, aún no le ha pagado usted el cuarto... ¡Menudos escándalos me armará!
-¡Que se vaya al diablo la mamá de usted! ¿Piensa que no voy a pagarle?
Yegor Savich se levanta y empieza a pasearse por la habitación.
-¡Yo debía irme al extranjero! -dice.
Le asegura a la muchacha que para él un viaje al extranjero es la cosa más fácil del mundo: con pintar un cuadro y venderlo...
-¡Naturalmente! -contesta Katia-. Es lástima que no haya usted pintado nada este verano.
-¿Acaso es posible trabajar en esta pocilga? -grita, indignado, el pintor-. Además, ¿dónde hubiera encontrado modelos?

En este momento se oye abrir una puerta en el piso bajo. Katia, que esperaba la vuelta de su madre de un momento a otro, echa a correr. El artista se queda solo. Sigue paseándose por la habitación. A cada paso tropieza con los objetos esparcidos por el suelo. Oye al ama de la casa regatear con los mujiks cuyos servicios ha ido a solicitar. Para templar el mal humor que le produce oírla, abre la alacena, donde guarda una botellita de vodka.

-¡Puerca! -le grita a Katia la viuda del oficial- ¡Estoy harta de ti! ¡Que el diablo te lleve!

El pintor se bebe una copita de vodka, y las nubes que ensombrecían su alma se van disipando. Empieza a soñar, a hacer espléndidos castillos en el aire.
Se imagina ya célebre, conocido en el mundo entero. Se habla de él en la Prensa, sus retratos se venden a millares. Se halla en un rico salón, rodeado de bellas admiradoras... El cuadro es seductor, pero un poco vago, porque Yegor Savich no ha visto ningún rico salón y no conoce otras beldades que Katia y algunas muchachas alegres. Podía conocerlas por la literatura; pero hay que confesar que el pintor no ha leído ninguna obra literaria.

-¡Ese maldito samovar! -vocifera la viuda-. Se ha apagado el fuego. ¡Katia, pon más carbón!

Yegor Savich siente una viva, una imperiosa necesidad de compartir con alguien sus esperanzas y sus sueños. Y baja a la cocina, donde, envueltas en una azulada nube de humo, Katia y su madre preparan el almuerzo.
-Ser artista es una cosa excelente. Yo, por ejemplo, hago lo que me da la gana, no dependo de nadie, nadie manda en mí. ¡Soy libre como un pájaro! Y, no obstante, soy un hombre útil, un hombre que trabaja por el progreso, por el bien de la humanidad.
Después de almorzar, el artista se acuesta para «descansar» un ratito. Generalmente, el ratito se prolonga hasta el oscurecer; pero esta tarde la siesta es más breve. Entre sueños, siente nuestro joven que alguien le tira de una pierna y lo llama, riéndose. Abre los ojos y ve, a los pies del lecho, a su camarada Ukleikin, un paisajista que ha pasado el verano en las cercanías, dedicado a buscar asuntos para sus cuadros.

-¡Tú por aquí! -exclama Yegor Savich con alegría, saltando de la cama- ¿Cómo te va, muchacho?
Los dos amigos se estrechan efusivamente la mano, se hacen mil preguntas...
-Habrás pintado cuadros muy interesantes -dice Yegor Savich, mientras el otro abre su maleta.
-Sí, he pintado algo... ¿y tú?
Yegor Savich se agacha y saca de debajo de la cama un lienzo, no concluido, aún, cubierto de polvo y telarañas.
-Mira -contesta-. Una muchacha en la ventana, después de abandonarla el novio... Esto lo he hecho en tres sesiones.
En el cuadro aparece Katia, apenas dibujada, sentada junto a una ventana, por la que se ve un jardincillo y un remoto horizonte azul.
Ukleikin hace un ligera mueca: no le gusta el cuadro.
-Sí, hay expresión -dice-. Y hay aire... El horizonte está bien... Pero ese jardín..., ese matorral de la izquierda... son de un colorido un poco agrio.

No tarda en aparecer sobre la mesa la botella de vodka.

Media hora después llega otro compañero: el pintor Kostilev, que se aloja en una casa próxima. Es especialista en asuntos históricos. Aunque tiene treinta y cinco años, es principiante aún. Lleva el pelo largo y una cazadora con cuello a lo Shakespeare. Sus actitudes y sus gestos son de un empaque majestuoso. Ante la copita de vodka que le ofrecen sus camaradas hace algunos dengues; pero al fin se la bebe.
-¡He concebido, amigos míos, un asunto magnífico! -dice-. Quiero pintar a Nerón, a Herodes, a Calígula, a uno de los monstruos de la antigüedad, y oponerle la idea cristiana. ¿Comprenden? A un lado, Roma; al otro, el cristianismo naciente. Lo esencial en el cuadro ha de ser la expresión del espíritu, del nuevo espíritu cristiano.
Los tres compañeros, excitados por sus sueños de gloria, van y vienen por la habitación como lobos enjaulados. Hablan sin descanso, con un fervoroso entusiasmo. Se les creería, oyéndolos, en vísperas de conquistar la fama, la riqueza, el mundo. Ninguno piensa en que ya han perdido los tres sus mejores años, en que la vida sigue su curso y se los deja atrás, en que, en espera de la gloria, viven como parásitos, mano sobre mano. Olvidan que entre los que aspiran al título de genio, los verdaderos talentos son excepciones muy escasas. No tienen en cuenta que a la inmensa mayoría de los artistas los sorprende la muerte «empezando». No quieren acordarse de esa ley implacable suspendida sobre sus cabezas, y están alegres, llenos de esperanzas.

A las dos de la mañana, Kostilev se despide y se va. El paisajista se queda a dormir con el pintor de género.
Antes de acostarse, Yegor Savich coge una vela y baja por agua a la cocina. En el pasillo, sentada en un cajón, con las manos cruzadas sobre las rodillas, con los ojos fijos en el techo, está Katia soñando...

-¿Qué haces ahí? -le pregunta, asombrado, el pintor- ¿En qué piensas?

-¡Pienso en los días gloriosos de la celebridad de usted! -susurra ella-. Será usted un gran hombre, no hay duda. He oído la conversación de ustedes y estoy orgullosa.
Llorando y riendo al mismo tiempo, apoya las manos en los hombros de Yegor Savich y mira con honda devoción al pequeño dios que se ha creado.

DECALOGO DEL PERFECTO CUENTISTA POR HORACIO QUIROGA

I. Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.

II. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV. Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII. Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

FIN
Interior de la casa de Horacio Quiroga en San Ignacio, Misiones, Argentina.
(Junto a la ventana se observa la máquina de escribir)

EL ARTE DE VIVIR POR CARL GUSTAV JUNG



Compartimos un fragmento de una nota periodística realizada al Dr. Carl Gustav Jung, en Zurich, en el año 1960 con motivo de su cumpleaños número 85.

(solicitar nota completa para envío vía mail a encuentroscausasui@gmail.com)

“Un conocimiento de sí mismo
cada vez más profundo, es indispensable
para continuar viviendo realmente en la vejez”

-¿Qué hice el día de mi cumpleaños? Mantenerme, en principio, alejado de los visitantes, particularmente de los "intelectuales". En su mayor parte no tienen ni la más remota idea de lo que pueda hablarles. Se sienten demasiado elevados, por otra parte, para leer mis libros. Yo no me dejo impresionar lo más mínimo por los intelectuales. Después de todo, yo también lo soy. No es la gente académica la que lee mis libros. ¡Oh, no! Es la que cree que ya lo sabe todo. Quien acostumbra a leer mis libros es gente común, muchas veces de pobres recursos. ¿Y por qué lo hacen? Porque en este momento existe en el mundo una profunda necesidad de guía espiritual... casi diría de cualquier clase de guía espiritual... Fíjese en la gran popularidad que tiene hoy la Astrología. La gente lee sobre Astrología porque le ofrece una forma de inspiración mental, tal vez una forma con limitaciones, pero al menos es mejor que nada.

-Aunque la gente ha aumentado su promedio de vida, seguimos, sin embargo, con la regla de que el retiro de las actividades debe producirse a los sesenta años. Esta inactividad lleva, generalmente, a la soledad y a una lenta extinción. ¿Cree usted que los ancianos pueden sacar mejor provecho de sus vidas?
-Desde hace mucho tiempo hablo en favor de la existencia de escuelas para adultos. Para mucha gente, la segunda parte de la vida tiene una estructura completamente diferente de la primera. En la gente joven, la marea ascendente de la vida los lleva a alcanzar cierto grado de seguridad, plenitud y éxito. Durante este período uno puede olvidarse de las experiencias desagradables: la vida es aún nueva y fresca y cada día renueva la esperanza de que con ella llegarán las cosas deseadas, todas aquellas que hasta ese momento no se pudo alcanzar... Pero cuando uno se acerca a esa imprecisa época que fluctúa alrededor de los cuarenta años, entonces es cuando uno vuelve la mirada hacia el pasado que se ha acumulado a nuestras espaldas. Y la silenciosa pregunta se nos enfrenta, simulada o directa: ¿Dónde estoy parado? ¿Logré realizar mis sueños? ¿He correspondido a mis esperanzas de lograr una vida feliz sobre la base de los mismos preceptos y exigencias que me impuse hace veinte años? ¿He sido fuerte consistente, activo e inteligente, y suficientemente constante para alcanzar las oportunidades o hacer las elecciones justas en los momentos cruciales, y hallar la respuesta apropiada a los problemas a los que, me enfrentó el destino y la fortuna? Y entonces le llega el turno a la pregunta- final: ¿Qué posibilidad hay de que vuelva a fallar nuevamente, en la concreción de aquello que, indiscutiblemente, no he logrado realizar en los primeros cuarenta años?

Le pregunté, entonces, qué podía aconsejar a las personas que pasan los cuarenta, y repitió el viejo aforismo: "Conócete a ti mismo". Luego añadió:
-Una constante profundización del conocimiento propio es, me temo indispensable para la continuación de una vida real en la época de la edad provecta... no hay nada más ridículo que personas de edad queriendo aparecer jóvenes. Así pierden dignidad, que es la prerrogativa de sus años. Descubrirse uno mismo es proveerse de todo la que uno es, y está preparado a ser, y de todo aquello por lo que está viviendo. De modo que cualquier cosa que se encuentre en esta suma de valores es un factor de vida. Si uno se descubre, por ejemplo -continúa el doctor Jung- una irrefrenable tendencia a creer en Dios o en la inmortalidad, no debe permitir que le molesten los gritos de los llamados libre pensadores. Y si uno se encuentra con bastante resistencia como para negar cualquier idea, religiosa, no dude tampoco, y fájese luego cómo esa posición influye en el estado general de su mente.

-Entonces, ¿usted no cree que necesariamente sea tontería que la gente sitúe sus esperanzas en las posibilidades de una vida extraterrena?, pregunté.

-Como no hay posibilidad de probar nada -respondió el doctor Jung-, resulta tan legítimo creer en la vida después de la muerte, como dudar de ella. Poseemos experiencias que apuntan hacia ambos lados. Lo único importante es saber qué puntos de vista se avienen mejor a la disposición, general. En caso de duda, sugirió el doctor Jung, la gente debería tratar de aprender de "la sabiduría tradicional de todos los tiempos y de toda la gente", los valores eternos que han sido compartidos por la humanidad desde sus primeras épocas. Porque uno no debe dejarse detener por la estúpida objeción de que nadie sabe si las antiguas ideas universales -Dios, inmortalidad, libertad de pensamiento, y demás- son verdad o no. La verdad en este caso es el criterio errado. Uno sólo se puede preguntar si nos son útiles o no, si el hombre se beneficia y siente que su vida está más completa y halla más satisfacción con o sin ellas.

-¿Y la felicidad humana, tomada en conjunto? -pregunté al doctor Jung- ¿Cuáles son, a su juicio, los factores básicos?

Entonces me hizo una lista de cinco factores:

1. Buena salud mental y física.
2. Buenas relaciones personales e íntimas.
3. Capacidad para percibir la belleza en arte y naturaleza.
4. Niveles de vida razonables y trabajo satisfactorio.
5. Un punto de vista filosófico o religioso que lo capacite a uno para afrontar con buen éxito las vicisitudes de la vida.

Luego, con una sonrisa burlona, subrayó secamente que "una lista de los factores determinantes de la infelicidad sería mucho más larga".
Y agregó:

Lo que usted siempre está temiendo parece que estuviera, precisamente, esperándolo; en cambio, lo que usted busca y desea pareciera eludirlo. Y cuando lo tiene en sus manos, suele no ser lo que, esperaba...
Pero la felicidad, a juicio del doctor Jung, "es un fenómeno objetivo e individual que, por consiguiente, no tiene reglas completamente firmes..."

-Nadie podrá llegar a la felicidad a través de ideas preconcebidas -agrega-. Más bien podríamos considerarla un regalo de los dioses. Viene y se va y lo que una vez le ha hecho a usted feliz, no volverá a hacerlo otra vez, necesariamente.

Sólo una cosa parece indudable, según el doctor Jung:

-Hay tantas noches como días, y todos son iguales a lo largo del año. Inclusive una vida feliz no puede existir sin una cierta medida de oscuridad, y hasta la palabra "feliz" puede perder su significación si no fuera balanceada por alguna infelicidad. Cuanto -más deliberadamente busque usted la felicidad, puede estar más seguro de no encontrarla. Es, por lo tanto, preferible tomar las cosas como vengan, con paciencia. Y así, por lo menos alguna vez, la rueda de la fortuna podrá depararnos algo bueno y afortunado...

EL CONCEPTO DE ENCUENTRO (TELE Y TRANSFERENCIA)

Según  Moreno  “la  transferencia  es  el  desarrollo  de  fantasías  (inconscientes)  que  el  paciente proyecta  sobre  el  terapeuta,  ot...