“LO ESPIRITUAL EN EL ARTE” por WASSILY KANDINSKY

El espíritu, al igual que el cuerpo, se desarrolla y robustece con el ejercicio.
El cuerpo abandonado se debilita y se hace impotente, lo mismo ocurre con el espíritu. La intuición innata del artista es un talento que no debe enterrar. El artista que no aprovecha sus atributos es como un esclavo haragán.

Es, por ende, preciso y nunca perjudicial que el artista conozca el punto de partida de estos ejercicios, que consiste en la exaltación del valor interior de su material con una balanza objetiva. Esto es, en nuestro caso, el análisis del color, que deberá influir sobre diversas personas.

No se necesita, para ello, sumergirse en hondos y complejos matices del color, sino simplemente alcanzar una definición lógica de los colores simples.

Tomemos primero los colores aislados y permitámosles influir sobre nosotros según un esquema simple y planteando la cuestión de la manera más sencilla posible.

Los aspectos fundamentales que atraen nuestra atención son dos:

1. El calor o el frío del color.

2: La luminosidad u oscuridad del color.

De esta manera, cada color tiene cuatro tonos clave: caliente claro, caliente oscuro, frío claro y frío oscuro.

El calor o el frío de un color está predeterminado, generalmente, por su inclinación hacia el amarillo o el azul. La diferenciación se realiza en un mismo plano; el color posee un tono básico, pero con un mayor o menor acento inmaterial o material. Estamos frente a un movimiento horizontal que se aproxima al espectador cuando el color es cálido y se distancia de él cuando el color es frío.

Los colores que ocasionan el movimiento horizontal de otro color, están determinados también por ese movimiento, y poseen otro simultáneo que los individualiza por su efecto interior. Se establece de esta manera la primera gran antinomia, de acuerdo con el valor interior. La orientación de un color hacia el frío o el, calor, tiene una importancia interior primordial.

La otra antinomia importante se funda en la oposición entre el blanco y el negro, los colores que instauran la otra dupla de tonos clave: la tendencia hacia la luminosidad o a la oscuridad.

Aquí también acontece un fenómeno de proximidad o distancia respecto del espectador, pero ya no dinámica sino estáticamente.

El segundo movimiento del amarillo y el azul, dentro de la primera antinomia, es centrífugo o centrípeto". Si trazamos círculos idénticos y coloreamos uno de amarillo y otro de azul, percibiremos que el amarillo irradia energía, toma un movimiento desde el centro que lo aproxima ostensiblemente a espectador.

El azul, en cambio, produce un movimiento centrípeto (como un caracol que se introduce en caparazón) que lo distancia del espectador. El primer círculo impacta sobre la vista, el segundo la atrae.

El efecto señalado se intensifica al introducir la diferencia entre claro y oscuro: el efecto del amarillo se incrementa al iluminarse (esto es, agregándole blanco) y el efecto del azul recrudece al oscurecérselo (mezclándolo con negro). Esto es más evidente si tenemos en cuenta que el amarillo se inclina tanto a la luminosidad (al blanco) que casi no existe un amarillo oscuro. Hay, entonces, un hondo parentesco físico entre el amarillo y el blanco, de misma manera que entre el azul y el negro, tanto que un azul marino puede ser tan profundo que no se distinga del negro.
Además del parentesco físico existe un parentesco moral, que delimita estrictamente a los dos duplas de colores (amarillo y blanco, por un lado; azul y negro por el otro) mientras que liga estrechamente a los miembros de la dupla (más adelante liaremos referencia a la relación entre el blanco y el negro).

Si queremos enfriar el amarillo (cálido por excelencia), aparece un tono verdoso y el color pierde dinamismo, tanto el movimiento horizontal como centrífugo, al tiempo que toma calidad de enfermizo y ensimismado, como una persona llena de entusiasmo y fuerza que se viera reprimida por circunstancias externas. El azul detiene al amarillo con movimiento opuesto. Si agregamos más azul, los movimientos antinómicos se contrarrestan, dando como resultado, la calma, y la inmovilidad del verde.

FREUD Y LA ESTETICA

El arte y más precisamente, la literatura parece haber ejercido sobre Freud una verdadera fascinación.

¿Cuáles son las razones de este persistente interés? Se puede argumentar, por cierto, que Freud era un letrado y que su doble formación científica y humanista, se gratificaba con la conjunción psicoanálisis-estética.
Es interesante observar, por ejemplo, que su gusto declarado por la tragedia griega y los autores alemanes del Sturm und Drang le pudo servir como incentivo placentero, por una parte, para la definición de algunos grandes complejos como el de Edipo, y por otra parte, para la profundización de la teoría del sueño, por el cual la literatura romántica alemana mostraba una marcada predilección.

Este gusto de burgués ilustrado no bastaría, sin embargo, para explicar la aplicación del psicoanálisis a la estética. De hecho, como lo recuerda Sarah Kokman, la opinión de Freud acerca de la capacidad del psicoanálisis para interpretar el hecho estético ha variado.
En 1913, escribe en Múltiple Interés del Psicoanálisis: "El punto de vista psicoanalítico proporciona esclarecimientos suficientes acerca de algunos problemas suscitados por el arte y los artistas; pero otros se le escapan completamente".
Diez años después, en Introducción al Psicoanálisis, podemos leer: "Las investigaciones del psicoanálisis han proyectado una ola de luz en los dominios de la mitología, la ciencia de la literatura y la psicología de los artistas... La estimación estética de la obra de arte, así como la explicación del don artístico, no son tareas para el psicoanálisis. Sin embargo, parece que el psicoanálisis está en condiciones de decir la palabra decisiva sobre todas las cuestiones que conciernen a la vida imaginaria de los hombres".
Resulta significativo cotejar ambos textos, ya que puede verse qué gran distancia separa los simples "esclarecimientos" de 1913 y la "ola de luz" así como la "palabra decisiva" de 1923. Lo que ocurre es que, en el intervalo, Freud elucidó un punto capital: la homología funcional entre el trabajo del sueño y la elaboración de la obra de arte.
La comprobación de esta homología -homología de trabajo a trabajo, trabajo del sueño y trabajo del texto, y no de sustancia a sustancia de uno y otro, por supuesto- autoriza a Freud a sugerir implícitamente que la extensión del discurso psicoanalítico a la interpretación de la obra de arte no es la transposición arbitraria del método general, sino una de las variaciones posibles de un enfoque interpretativo único en sus fundamentos y sus principios.

No es por ello menos cierto que los trabajos de Freud que están en relación con la creación artística indican claramente los límites de la aplicación del psicoanálisis a la comprensión de la obra de arte.
En “Un Recuerdo Infantil de Leonardo da Vinci”, Freud reconoce por una parte que no quiere emitir un juicio estético sobre el objeto de arte, y por otra parte que no puede explicar el fenómeno del "don" artístico. Recordando estas limitaciones voluntarias, Sarah Kofman añade que si nos atenemos a la prudencia de Freud, "el psicoanálisis solo aportaría al arte una contribución subordinada a la psicología del Ello y sus efectos sobre el Yo. Quedarían por elucidar el más allá y el más acá del Ello.
El mas allá, el trabajo del artista, sería tributario de una psicología del Yo, de la ciencia de la estética. El más acá, el don, el genio, sería un más acá absoluto, misterioso enigma, que escaparía a toda ciencia". Podemos preguntarnos en efecto, si hay que admitir -e incluso si Freud mismo admitía- esta concepción ideológica y casi teológica del artista, y si esta concepción no es algo contradictoria con lo que Freud mismo escribió sobre la contribución del psicoanálisis a la interpretación del fenómeno artístico.

Sería conveniente entonces desenmascarar el proceso de autocensura al cual Freud por compromiso con la ideología dominante, habría sometido su propio discurso; esto nos invitaría "a leer en (su) texto algo más diferente que lo que dice en su "literalidad".

Psicoanálisis y Lenguajes Literarios, Editorial Machette
Jean Le Gaillot

EL CONCEPTO DE ENCUENTRO (TELE Y TRANSFERENCIA)

Según  Moreno  “la  transferencia  es  el  desarrollo  de  fantasías  (inconscientes)  que  el  paciente proyecta  sobre  el  terapeuta,  ot...