Sigmund Freud subraya en sus escritos los diferentes pasos y dificultades de la primera mitad del ciclo de la vida humana, los de la infancia y de la adolescencia, cuando nuestro sol se eleva hacia su cenit.
C. G. Jung, en cambio, enfatiza las crisis de la segunda parte, cuando, para poder avanzar, la esfera brillante debe someterse a su descanso y desaparecer, al fin, en el vientre nocturno de la tumba.
Los símbolos normales de nuestros deseos y temores se han convertido en sus opuestos en este crepúsculo de la biografía; porque el reto ya no viene de la vida sino de la muerte. Lo que es difícil de abandonar, entonces, no es el vientre sino el falo, a menos que el cansancio de la vida se haya apoderado del corazón y como anteriormente se atendió al atractivo del amor, se atienda ahora a la llamada de la muerte que promete la paz.
Es un círculo completo, de la tumba del vientre al vientre de la tumba; una enigmática y ambigua incursión en un mundo de materia sólida que pronto se deshace entre nuestros dedos, como la sustancia de un sueño.
Y al volverse a mirar a lo que había prometido ser nuestra aventura única, peligrosa, imposible de predecir, sólo encontramos que el final es una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado hombres y mujeres en todas las partes del mundo, en todos los siglos, de todos los siglos de que se guarda memoria y bajo todos los variados y extraños disfraces de la civilización...
Fragmento de:
"El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito" de Joseph Campell. Edición del Fondo de Cultura Economica. Pág. 19